Antes de tomar la mantilla española, enciendes dos velas, también con aroma de sándalo, las colocas sobre la mesa, a los lados del incensario que emana suaves espirales de humo, volteas ligeramente tu rostro para deslumbrarme con el fuego de tus ojos, apagas la lámpara y tomas la mantilla, tu sombra duplicada por las candelas, el aroma encarnado en tu cuerpo, en tu piel y en ese vaivén de suave perversión. Con la mirada me ordenas guardar compostura, a pesar de mis deseos me reprimo de tocar tu cabello, de olerlo y beber tu aliento. Me desatas las muñecas un instante para romper la botonadura de mi camisa y aflojar el nudo de la corbata. Me sientas nuevamente en la silla mientras con la uña carmesí de tu índice derecho hundes mi pecho.
Colocas la mantilla española aún tibia sobre mis ojos, ahumada del incienso de sándalo, me colocas los brazos detrás del respaldo y siento la tela de mi saco en la espalda, percibo tu movimiento hasta colocarte detrás de la silla y tus manos sujetando a las mías para atarme nuevamente con el listón de seda. Siento como rozas con tus senos mi cabeza, mi nuca, escapa un suspiro y una risilla malvada de tus labios, distingo como te colocas delante de mi, me quitas los zapatos y el pantalón junto con los bikers que me regalaste cuando regresamos de Vancouver, me rozan tus uñas los muslos y las pantorrillas y me desnudas por completo arrojando a un lado los calcetines, vuelves a acercarte, ahora siento el tacto de tus senos sobre mis piernas mientras tus uñas pasean acariciando mi blanda bolsa y la base de mi visible deseo.
No era necesaria la Mantilla española, pues de cualquier manera hubiera disfrutado con los ojos cerrados las caricias que tan sabiamente me prodigas, un ligero estremecimiento me recorre mientras aferras, un poco brusca, mi miembro palpitante. Presiento lo que viene, imagino tus ojos entrecerrados por el deseo y tus labios entreabiertos por el mismo motivo, siento tu aliento sobre la cúspide de mi lujuria acompañado por ese beso profundo y cálido, con tu lengua recorres los ribetes palpitantes, tus labios encendidos me besan, cubren con su suavidad escarlata mi miembro, ahora a tu merced.
Mis leves bufidos te excitan, lo noto con la intensidad de las pequeñas mordidas con las que recorres la extensión del deseo que me provocas, longitud a un tiempo pétrea y suave, muerdes cariñosa y traviesa, divertida de las muecas que cada caricia me producen. Me sigues torturando con tus uñas, con tus dientes y lengua; el aroma de incienso aumenta, subes y bajas en un movimiento poco mecánico, pero con una efectividad malévola, levanto mi pelvis, arqueo mi espalda intentando regular esas caricias, ya que mis manos atadas me impiden sujetarte de la nuca y brindarme más placer; sin embargo me mantienes deleitándome con las manchas de carmín que imagino en mi ser, estoy a punto de explotar y te retiras despacio, el juego aún no termina.
Siento como tus pasos se alejan un poco más, y minutos después regresas hasta mi, te sientas, tus muslos enfundados en la seda de las medias sobre los míos desnudos y anhelantes, siento la redondez de tus senos sobre mi rostro, la caricia de tus pezones erguidos jugueteando en mi boca, retirándolos antes de que los pueda besar, antes de que los pueda morder, sin levantarte por completo siento sobre mi pecho una sustancia aromática y oleosa, la palma de tu mano la extiende sobre mi torso, escurre despacio hasta mi vientre, el aroma del aceite balsámico de sándalo aumenta, tus manos sobre mi piel, acaricias mis hombros, mi cuello siento tus deliciosos senos sobre mi pecho y tus labios muy cerca de los míos, pero tu lengua me alcanza antes para buscar a la mía y enredarse en un nuevo y prolongado beso.
Colocas la mantilla española aún tibia sobre mis ojos, ahumada del incienso de sándalo, me colocas los brazos detrás del respaldo y siento la tela de mi saco en la espalda, percibo tu movimiento hasta colocarte detrás de la silla y tus manos sujetando a las mías para atarme nuevamente con el listón de seda. Siento como rozas con tus senos mi cabeza, mi nuca, escapa un suspiro y una risilla malvada de tus labios, distingo como te colocas delante de mi, me quitas los zapatos y el pantalón junto con los bikers que me regalaste cuando regresamos de Vancouver, me rozan tus uñas los muslos y las pantorrillas y me desnudas por completo arrojando a un lado los calcetines, vuelves a acercarte, ahora siento el tacto de tus senos sobre mis piernas mientras tus uñas pasean acariciando mi blanda bolsa y la base de mi visible deseo.
No era necesaria la Mantilla española, pues de cualquier manera hubiera disfrutado con los ojos cerrados las caricias que tan sabiamente me prodigas, un ligero estremecimiento me recorre mientras aferras, un poco brusca, mi miembro palpitante. Presiento lo que viene, imagino tus ojos entrecerrados por el deseo y tus labios entreabiertos por el mismo motivo, siento tu aliento sobre la cúspide de mi lujuria acompañado por ese beso profundo y cálido, con tu lengua recorres los ribetes palpitantes, tus labios encendidos me besan, cubren con su suavidad escarlata mi miembro, ahora a tu merced.
Mis leves bufidos te excitan, lo noto con la intensidad de las pequeñas mordidas con las que recorres la extensión del deseo que me provocas, longitud a un tiempo pétrea y suave, muerdes cariñosa y traviesa, divertida de las muecas que cada caricia me producen. Me sigues torturando con tus uñas, con tus dientes y lengua; el aroma de incienso aumenta, subes y bajas en un movimiento poco mecánico, pero con una efectividad malévola, levanto mi pelvis, arqueo mi espalda intentando regular esas caricias, ya que mis manos atadas me impiden sujetarte de la nuca y brindarme más placer; sin embargo me mantienes deleitándome con las manchas de carmín que imagino en mi ser, estoy a punto de explotar y te retiras despacio, el juego aún no termina.
Siento como tus pasos se alejan un poco más, y minutos después regresas hasta mi, te sientas, tus muslos enfundados en la seda de las medias sobre los míos desnudos y anhelantes, siento la redondez de tus senos sobre mi rostro, la caricia de tus pezones erguidos jugueteando en mi boca, retirándolos antes de que los pueda besar, antes de que los pueda morder, sin levantarte por completo siento sobre mi pecho una sustancia aromática y oleosa, la palma de tu mano la extiende sobre mi torso, escurre despacio hasta mi vientre, el aroma del aceite balsámico de sándalo aumenta, tus manos sobre mi piel, acaricias mis hombros, mi cuello siento tus deliciosos senos sobre mi pecho y tus labios muy cerca de los míos, pero tu lengua me alcanza antes para buscar a la mía y enredarse en un nuevo y prolongado beso.
7 comentarios:
WOOOOOHOOOOOOO... QUE CONTINUACIÓN...
EN VERDAD EXCITANTE...
SALUDOS
OMG!!!
Wow, bikers... ojos vendados, manos atadas, aceite, olores... MMMMMMM!!
Definitivamente tú me sabes algo, querido Paco...
......
Auuucchhhh.... que rico....
Síguele, síguele....
Mafalda
mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm..............excelso¡¡¡¡
He probado con las velas y la verdad quien sabe que tendran o contendran sus aromas que te hacen vilmente perderte en la lujuría, que rico, para nosotros los pobres, jaja, Besos mil
Ayayayayaya......¡¡¡¡¡ los olores, el aceite, el juego q provoca tanta pasión desbordada en cada una de tus líneas. El Lobo aulla,el lobo siente, sólo me resta preguntar quién será la dueña de tan intenso aullido?
Bsuchos
Ves? eso del erotismo si deja.
Publicar un comentario