Con las manos en los bolsillos, Benito camina sonriente, los puestos callejeros, los perros y una extraña lluvia de gotas pulverizadas lo rodean, ni siquiera vale la pena sacar si lo tuviera algún paraguas. Está feliz y ni siquiera sabe la razón, lo anticipa o ya lo esperaba.
Percibió todos sus sentidos avivarse, una sensación cual presa de caza lo invadió, el aroma femenino sin gota de perfume, sólo el aroma. El sonido de la calle se apagó para dejarle escuchar la respiración y los latidos de esa mujer. Al levantar la mirada, aquella extraña conmoción lo invadió, no supo por un instante si en realidad se había despertado esa mañana crepuscular, provocando el desboque de pulmones, párpados y corazón.
Ya había anochecido y estaba llegando a la Fábrica. A menos de una tercia de pasos venía hacia él una mujer sin maquillaje, con una coleta sujetando sus negros cabellos, los jeans marcados un poco sobre la cadera y una blusa destacando sus redondos y pequeños senos, la blusa tan blanca como la camisa que él estaba usando. En difuso espejo, ambos chocaron, una fracción de segundo, como lo supo al verse ambos en sus ojos, el sueño cobraba una tercera dimensión. Por fin, para los dos, el sueño tenía rostro.